Desde el primer instante en que empezamos a soñar y diagramar nuestro viaje con los lugares que queríamos visitar en este maravilloso país, nos sentimos atraídos por su intensa vida, por su historia, su cultura, sus sabores, por los colores de sus mosaicos, las formas geométricas de los diseños de pisos o techos y las texturas de las telas, tapices y cueros. Empezamos a sentir Marruecos mucho antes de subirnos al avión.
Marruecos es un país de ciudades modernas e imperiales, pequeños pueblos bereberes en las montañas del Rif con paisajes únicos, experiencias en el desierto, artesanos de los más antiguos oficios y una red de transportes que conecta todo de un modo muy sencillo para el viajero.
Cuenta también con una diversa influencia cultural que combina elementos de las culturas africana, árabe y mediterránea, creando así toda una variedad de tradiciones, sabores y experiencias. Entre las costumbres más arraigadas se encuentra el consumo de té. Se toma a todas horas y es una señal de hospitalidad. Siempre serás recibido con un fabuloso té de menta cuando llegues a tu riad.
Apenas decidimos recorrer este inmenso país nos encontramos con nuevas palabras, que serían imprescindibles para la búsqueda y organización de este viaje. La “medina” es la ciudad árabe antigua, rodeada por murallas y que concentra la típica vida comercial marroquí. En cada medina encontramos los diferentes “zocos”, que son los mercados divididos según el producto que comercializan y en donde el regateo es una práctica casi obligada, y los “riads”, que son alojamientos en casas o palacios, caracterizados por un patio central, decoración marroquí y ubicación céntrica.
Los puntos de referencia más representativos son las puertas de ingreso a la medina llamadas en árabe “Bab” y los “minaretes” que son las torres anexas a las mezquitas, desde donde el muecín o almuédano convoca a los fieles musulmanes para que acudan a la oración. Estar caminando por la medina y, de repente, escuchar esta imponente convocatoria a los fieles a rezar es una emoción única, indescriptible, no se explica, se siente.
Conocido como adhan, azaan o ezan, su finalidad es convocar a los fieles al “salat”, que es la oración obligatoria. El encargado de recitarlo es el almuédano, quién, hace muchos años, se subía al minarete y anunciaba que la hora del rezo había llegado. Cuanto más alto era el minarete, desde más lejos lo escucharían. Actualmente se utiliza un micrófono y parlantes que están instalados en lo alto de los minaretes. Aún así, no ha perdido su magia.
Desmenuzar las razones de por qué visitar este maravilloso país, desandar nuestros pasos por sus rincones y evocar los vívidos recuerdos que nos dejó nuestro itinerario, revitalizan el deseo siempre presente de volver a pisar esta lejana tierra de contrastes.