La faluca iba y venía surcando el pequeño oleaje del Nilo. Caminamos por Filae, templos de las épocas ptolomeicas y romanas, mientras sentíamos respirar la grandeza de la civilización egipcia.
Nos subimos a un crucero que esperaba ansioso a viajeros y turistas de todos los lugares del mundo, Agatha Christie y los fantasmas también se embarcaron en libros o en alguna remake. Se cumplía el sueño de navegar por un río que deslizó sobre sus aguas las construcciones infinitas que aún se encuentran en pie en plazas y museos a miles de kilómetros de distancia.
El Nilo se presentaba con sus mejores ropajes, quieto, lleno de barcazas, con plantaciones en sus orillas, algún que otro puente y el grito de vendedores de telas y baratijas que nadie compraba. El amanecer y el atardecer lo pintaban de colores rosados y liláceos, mientras perderse contemplando tal espectáculo nos hacía olvidar los banquetes que aguardan nuestra llegada.
El río atrapa, la vida sin él no existiría, los dioses no tendrían el aliento necesario para sus luchas y los Faraones apenas serían una leyenda dudosa. Durante milenios sus crecidas marcaron el ritmo de la vida, la suerte o desgracia para los cultivos, y el ir y venir de templos en partes.
Ya pasamos varias horas navegando, la noche en su esplendor alumbra el camino a Luxor, unas lucecitas nos devuelven a este tiempo, donde el desgarro de una llamada a la oración nos extremece.
Pueden leer aquí nuestro primer itinerario por Egipto durante 12 días!