Entre viñedos y un cielo limpio se empiezan a notar las siluetas de las murallas, La Cité Médiévale está cerquita, la ruta increíblemente vacía nos invitaba a recorrerla sin tiempos, en la radio del auto no se escuchaba música francesa, ni a Zas un cliché permitido en viajes con auto.
Bajamos un toque para la primera foto, ahí nos dimos cuenta que la tierra estaba ardiendo, casi 40 grados que hicieron que nuestra estadía fotográfica no dure más de 5 minutos.
Entramos al centro de la ciudad, con sus callecitas angostas, casi sin veredas, las casas y edificios de no más de 2 o 3 pisos muy pintorescas y llenas de colores.
Estábamos agobiados de tanto calor que cada barcito era un Oasis. Nuestra sed era apagada con unas cervezas artesanales que no competían con los excelentes vinos de la región, pero cumplían su cometido.
Después de una noche en un departamento viejo, tercer piso por escalera, sin aire acondicionado, con pequeñas ventanas y muchos mosquitos, no pudimos evitar recodar esas noches de Buenos Aires, cuando se corta la luz y en medio del infierno, nos sonreímos para no putear ya que apenas faltan unas horas para el amanecer.
Desayunamos de paso en una linda cafetería y la caminata al Castillo era pausada, pero sin descansos, dejábamos atrás una era para entrar a otra más mágica y misteriosa. Sentíamos el paso de tantos imperios y tantos ejércitos queriendo cruzar el río para sitiar esas hermosas murallas.
Entramos en” la Cité” y un sin fin de negocios de merchandansing medieval casi nos saca la magia que se suplió con la recorrida por las terrazas de las murallas, y por la reconstrucción de tanta historia. Salimos emocionados y sorprendidos, y encontramos entre las murallas un bar que nos permitió brindar con una buena sidra de otra región de Francia, que se sintió como una bendición.
Un día lleno de miradas hacia el tiempo y más allá del clima, nada impide comernos un cassoulet (guiso de distintas carnes y chauchas).
Se hace de noche, la luna se posa para los fotógrafos de celulares, los últimos vestigios de la fortaleza se cruzan con una orquesta de músicos que tocan una melodía pegadiza.
Carcassonne empieza a disfrutar su noche entre la nostalgia de armaduras y el disfrute de un verano hermoso.
Explorar Carcassonne fue una experiencia mágica. A pesar del intenso calor, las calles angostas y coloridas nos transportaron a otra época. Los bares y cafeterías fueron oasis refrescantes, mientras el Castillo nos envolvía en su historia. Aunque el turismo comercial amenazaba la magia, las murallas y un bar nos regalaron momentos especiales. ¡Una jornada inolvidable en una ciudad llena de encanto!